¿Está aquí?

–Está aquí.

–No.

–Está aquí.

–¿Cómo lo sabes? Si todo el mundo va con disfraz…

–La máscara. El luchador enmascarado.

–Podría ser cualquiera.

–Volvía hoy. La habrá comprado allí, ya sabes lo que le gusta.

–¿Y el jet lag?

–Los jefes están acostumbrados a eso, se pasan el año cruzando el charco.

–Pues habrá que avisar a Reme.

–Va pintarrajeada y con peluca, no la va a reconocer.

–Eso da igual; ese culo hasta con sotana. Hay que encontrarla antes.

Escaleras arriba nadie baila y tras la puerta del dormitorio una bruja ha cambiado la escoba por un joven tatuado: Reme no ha tenido tiempo ni de quitarse la peluca. Cuando se gira, la puerta está abierta y hay un compañero asomado. Mientras ella duda entre tapar sus encantos o partirle la nariz, el compañero duda entre cerrar de nuevo o apartar la vista, sin hueco para el arrepentimiento. Mientras la una y el otro se deciden, el joven tatuado ha captado el mensaje y ya tiene una pierna en el tejadillo, dejando atrás un calcetín, unos calzoncillos con la leyenda “game over” y un teléfono móvil camuflado entre dos libros.

Escaleras abajo, el rumor se extiende entre los que aún están sobrios: está aquí. Algunos inclinan sus cabezas sobre orejas ajenas y otros otean de puntillas la estancia abarrotada. Reme acaba de ajustarse el tutú mientras observa desde el piso superior la escena, donde la música, las calabazas y los disfraces lo revisten todo de normalidad. En algún rincón de la casa, un luchador mexicano se desliza entre la muchedumbre como una serpiente por el césped.

–Que salgas de una vez.

–Qué fácil es hablar cuando se va de esqueleto.

–Tú no has hecho nada malo.

–Venir. Igual que tú.

–Cuando se sepa lo de Reme, eso dará igual. Venga, que hay gente esperando.

–Hay otros baños.

–Con más gente escondida.

–Lo de Reme lo va a cabrear aún más.

–No es su mujer.

–Peor aún.

–Tenemos derecho a ir de fiesta.

–Todo el departamento aquí, estando el proyecto como está. Y sin avisarle.

–Porque él estaba en México…

–Ya no. Está aquí.

Poco a poco la fiesta va muriendo, pero casi nadie abandona la casa. En la cocina, un vaquero registra los cajones en busca del paño que le permita convertirse en bandolero. En el vestidor, un soldado se prepara para el frente pintándose la cara con betún para calzado. En un rincón del salón, un jipi y un miliciano se pelean por una careta de Trump.

–Y que no se aparta de la puerta el tío.

–A saber para quién será ese whatsapp.

–Para su mujer, cualquier milonga. Este ha venido en busca de Reme.

–Je, pues creo que la Reme estaba…

–El becario, ya me han dicho.

–¿El friki?

–No, el otro.

–Igual está escribiendo a Recursos Humanos.

–Pero si están también aquí.

–¿Quiénes?

–El buzo y Peppa Pig.

–Entonces es que se está regodeando. En cuanto se aparte de…

–Mira, ya sale.

–Yo creo que es una trampa.

Paulino no bebe, tampoco baila. Su único vicio es el tabaco, quizá porque le permite socializar pese a su timidez. Tampoco es fácil ser el que arregla los grifos y cambia los fluorescentes en una consultora llena de licenciados. Pero le gusta sentirse parte del grupo, y por eso se compró en los chinos este estrafalario disfraz que le permitiría participar de la fiesta sin ser detectado. Es un poco extraño que nadie más salga a echar un pitillo, aunque tiene su lado bueno; así puede quitarse un rato esta máscara del Rayo de Jalisco, que ya le está haciendo sudar.

Entre calada y calada, sin nadie con quien hablar, su mirada está en la pantalla del móvil, que muestra la noticia del día: “Tragedia en el Día de Muertos: El vuelo IB4606, que despegó a las 6:40 hora española del Aeropuerto Internacional Mariano Escobedo de Monterrey, desapareció en plena tormenta hace unas horas. Todo apunta a que se precipitó al océano cuando volaba a 590 kilómetros al norte de las Azores. Entre los pasajeros se encontraba un español, Constantino Artacho, CEO de una conocida startup…”.